Es inútil
Bueno, más que “idiota”, fue “inútil”. Y la verdad es que no me lo llamaron a mí, sino a un tipo que estaba cerca mía.
... Y si conjugamos correctamente el verbo, no “se lo llamaron”, sino que “se lo llamé” yo.
Y no a la cara, por supuesto, sino mascullando para mí mismo: nunca se sabe quién puede ser más fuerte que uno.
El individuo se había equivocado al meter el dinero en la máquina de venta automática de billetes de tren y no encontraba el botón de devolución, a pesar de que estaba bien señalizado, era grande, rojo y lo tenía delante de las narices.
Claro, que en seguida recapacité: ¿Qué derecho tenía yo a tildar a alguien de inútil sólo por no darse cuenta de un botón? ¿Acaso no he actuado yo mismo como un perfecto inútil en otras ocasiones?
Hice un rápido cálculo mental y el cerebro me hizo overflow enseguida. Sí señor: la conclusión fue que todos, en un momento u otro, en un campo u otro, somos inútiles. Dejando aparte taras mentales y golpes en la cabeza con los columpios cuando niños, la vida moderna es simplemente demasiado complicada como para desenvolverse con competencia en todos sus aspectos.
Como nos demuestra este anuncio rapiñado de otro blog (de cuyo nombre lamentablemente no me acuerdo, lo siento), no todo está perdido: los inútiles siguen siendo útiles para según qué trabajos.
Yo creo que el punto de inflexión fue el Renacimiento. Antes de aquello, los conocimientos acumulados eran tan escasos y tan erróneos que en el fondo daba igual que uno supiera mucho o poco. Pero de buenas a primeras empezaron a salir listos como DaVinci y compañía, se liaron a inventar, a descubrir cosas, y el conocimiento y la complejidad social se dispararon exponencialmente hasta llegar a la actualidad, cuando descifrar el contrato con las cuotas de móvil más ventajosas es más difícil que interpretar geroglíficos egipcios sin diccionario, boca abajo y al tacto.
Por ejemplo, me reconozco un idiota total en cuanto a burocracia se refiere. Cada vez que llega una carta del Ayuntamiento a mi buzón me echo a temblar pensando en qué trámite se me viene encima. Y cuando no me llegan cartas, también me echo a temblar pensando en si no habrá algún trámite que se supone debería conocer y hacer por mi cuenta y se me está pasando.
Hasta ahora me las he apañado para ir sobreviviendo, pero tengo aceptado que algún día meteré la pata con un papel importante y seré borrado de la sociedad. Existiré como ente biológico físico, pero legalmente tendré los mismos derechos y estatus que la polilla esa que estoy viendo ahora mismo pegarse de hostias contra la farola de la calle.
Así es como veo la burocracia: como este bonito fractal en el que por mucho que profundices, la complejidad no disminuye. Solo que el fractal no tiene capacidad para joderte la vida.
Cuando uno sabe que es un inútil en algo, el recurso más socorrido es evitar realizar tales acciones. Tomemos el caso del baile, campo en el que hasta un estropajo borracho se desempeñaría con más habilidad que yo. Soy tan inútil que no podría bailar ni el Baile de San Vito. Por ejemplo: estoy en una fiesta animada con la música chumba chumba y de repente a la gente le da por ponerse a bailar. Encima está esa chica que me gusta y ante la que no quiero hacer el ridículo. Hay que inventar una excusa como sea:
- ¡Agh! ¡Justo ahora me ha dado el calambre metacarpiano, el lumbago reumatoide y la periflastia estafilocóspica!
Claro, que siempre está el que te insiste.
- Venga ya, hombre. Si precisamente el ejercicio es bueno para eso. Márcate unos pasos. ¡Escucha qué música!
Así que hay que usar una excusa más grande, más exagerada, más bestial:
- ¡Pero es que bailar liberaría al espíritu maligno aprisionado en mí! Os despellejaría, arrojaría sal en la carne viva y arrancaría las vísceras de todos los que estáis aquí!
Esto suele sembrar una duda suficiente para que te dejen tranquilo. Pero algunos son perseverantes por naturaleza.
- Sí, bueno. La fiesta está empezando a decaer. Eso le dará vidilla. ¡Escucha qué música!
Es entonces cuando hay que dejarse de hostias y sacar la artillería pesada:
- ¡¡¡Cuidado!!! ¡¡¡Ha entrado uno de la SGAE!!!
[¡Pánico! ¡Escenas de histeria, caos y confusión! ¡La gente tira los CDs por el wáter y salta por las ventanas! ¡Estampida general!]
Me gustan este tipo de fotos así, a contraluz. No todo va a ser cachondeo.
Claro, que a veces uno pude superar su inutilidad.
Por ejemplo, hace tiempo también era bastante inútil en cuanto a mujeres se refiere. Siempre pensaba que yo les gustaba justo a las que no les gustaba, y creía que no les gustaba a las que sí. Resultado: un promedio de aciertos del 0%, y una vida sentimental sólo ligeramente más interesante que la de la mancha de humedad que reaparece periódicamente en el techo de mi baño.
Hasta que un día se me ocurrió cambiar de estrategia. Ahora supongo que le gusto a todas las chicas. Con este método obtengo un promedio relativo de un 50% de aciertos, un 40% de fallos y un 10% de denuncias. Al menos, hay variedad de resultados.
En fin. Sea como sea, lo que está claro es que TODOS somos inútiles en muchas más cosas que en las que no lo somos. Y por eso a nadie le importa que el vecino sea de los que se ponen primero los zapatos y después los pantalones: porque sabemos que nosotros seguramente somos el doble de inútiles que él; lo que pasa es que lo disimulamos el doble de bien.
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