viernes, septiembre 29, 2006

¡A la basura! (6): Conclusión

Para los insensatos que se hayan perdido las anteriores entregas:
¡A la basura! (1)
¡A la basura! (2)
¡A la basura! (3)
¡A la basura! (4)
¡A la basura! (5)
Enga, vamos palante a terminar con el mogollón este.


Hasta ahora he estado explicando cómo se tiran las basuras normales: combustible, no combustible, reciclable y grande.
Pero esto era sólo la basura normal. Quedan miles (quizás millones) de tipos que hay que tirar de otra forma.
Por ejemplo, voy a presentar tres artículos para los que tienes que ir hasta el supermercado más cercano, donde están dispuestos los correspondientes contenedores:

>Botellas de PET: bebértelas, limpiar el interior, quitar el tapón (basura no combustible) y la etiqueta (algunas combustibles, otras no)

¿A que tiene cierta erótica el tirar una botella?

>Bandejas de polipropileno o nosequé hostias, donde viene la carne o el pescado que compras en el súper: limpias, claro. El plástico que las cubre, a la basura no combustible. Lo de dentro, se supone que era combustible, pero te lo has comido.

Un material sólo se siente realizado cuando consigue su propia categoría como basura.

>Cartones de leche: aún no comprendo por qué los cartones de leche sí y los de zumo no. Pero no sería el primer caso de discriminación en la sociedad japonesa. Así que mejor no pregunto.

La sociedad japonesa es competitiva hasta para los tetrabricks.

Y aquí están los correspondientes contenedores:


Como puede verse, disponen de ventanas transparentes. ¿Para vigilar que nadie tire lo que no debe? ¿Para que las basuras no se aburran y puedan contemplar el mundo exterior? Tú decides.

Pero si nos fijamos bien, para motivar al sufrido ciudadano son tan amables de explicarnos en qué se recicla cada cosa.
Por ejemplo. ¿En qué se reciclarán los cartones de leche? ¿En más cartones de leche? ¿En folios A4?

El reciclaje todo lo puede

¡En papel higiénico! Ya sabes: el día que la gente deje de beber leche y se pase a la cerveza, habrá que limpiarse el culo con planchas de latón. Quizás esta sea la razón de que el papel higiénico japonés sea diferente del occidental.

¿Y las bandejas de polipropileches? Ese material tan extraño debe sin duda reciclarse en algún material aún más extraño: aislante molecular para reactores de fisión nuclear o polímeros antipatógenos antiretrovirales...

La magia del reciclaje

En boligrafos. La próxima vez que sostengas un boli japonés en tu mano, piensa que pudo contener un filete de ternera o 250 gramos de atún crudo.

Y finalmente, las botellas de PET. Ya que se tiran limpias, ¿se rellenarán directamente con las mismas bebidas? ¿Las usarán para fabricar bolsas de plástico? No. Después de lo que hemos visto, seguro que ya sospechamos que tendrán un destino más inverosímil.
Y efectivamente...

¡Joder con el reciclaje!

¡¡¡En ropa!!! ¿¿¿En ropa??? ¡En ropa!
¡Nos estamos vistiendo con botellas de Coca-Cola y agua sin gas, y encima pagamos un pastón por ellas! Licra, nylon, rayón... ¿Fibras sintéticas? ¡Y tanto! ¡J*der con la química! Mucha casualidad que dichas fibras se popularizaran al mismo tiempo que las bebidas de consumo internacional. Una teoría paranoico-conspiracionista más para la colección.

En fin. Y la cosa no acaba aquí: hay otros depósitos para pilas usadas, para tubos fluorescentes, para...

Pero la gente, de una manera u otra se las apaña. Así que desde este humilde blog propongo crear contenedores separados para nuevos tipos de basura, como huesos de sandía, caspa o hilillos deshilachados de las camisas.

Y el tema no acaba aquí. Quedan otras cosas como esa especie de cuerpos de guardia no oficial de marujas que vigilan y cuidan que los vecinos no infrinjan las normativas de tirar la basura y otras diabluras. Pero ya os hacéis una idea. Así que terminemos el rollo este.

De momento, yo me conformaría con que alguien me explicara si un chicle es basura combustible o no combustible. Se me está acumulando una montaña de chicles mascados y no sé dónde tirarlos.

Chicles, el gran enigma.

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miércoles, septiembre 27, 2006

Aprender japonés: Cuatro

Los japoneses son diferentes a los españoles en muchos aspectos. Por ejemplo:

Uno: Tienen los ojos rasgados.
Dos: Hablan otro idioma.
Tres: Comen con palillos.
Cinco: Disfrutan de las novedades tecnológicas antes que nosotros.

Seguramente os habréis dado cuenta, sagaces lectores, de que me he saltado un número en esta lista.
¡Pues no! Es que también son diferentes en otra cosa. Para ellos, el número de la mala suerte no es el 13, sino el 4.

Acojona, ¿eh? . . . ¿Que no? Eso es porque no eres japonés.

Así, no es difícil encontrar edificios donde no existe la cuarta planta, y en los mostradores de facturación de los aeropuertos se pasa directamente del mostrador 3 al mostrador 5.

Pero... ¿A qué se debe esto? ¿Qué influjo maligno ha determinado que sea el inocente número 4 una cifra portadora de tan malos augurios? ¿Será por lo de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis? ¿Porque la Cuarta fue la peor sinfonía de Beethoven? ¿Por lo incomprensible que siempre resultó que Los Tres Mosqueteros fueran en realidad cuatro?


No. La razón es que, en japonés, el número 4 se pronuncia “shi”... igual que la palabra “muerte”. Y como es lógico, eso da un mal rollo que te cagas.

Imaginaos la siguiente situación en el aeropuerto. Así sonaría en español:

Empleado: Ya está chequeado su equipaje de mano para comprobar que no lleva sustancias explosivas para reventar el avión. Ahora, pase a facturar las maletas al mostrador *Muerte*.

Pues seas o no seas supersticioso, ya te han dado el viaje.

O en la recepción de un hotel

Gerente: ¡Botones! Lleva a los señores recién casados a la habitación Muertecientos quince.

Te pasas la noche de bodas rezando el padrenuestro.

Y no digamos ya si vas a un concesionario automovilístico para comprarte un “Muerte X Muerte con tracción a las muerte ruedas”.

Y claro, esto no puede ser. Por eso lo evitan.

Ahora entendéis por qué el tarado este soltaba esas siniestras carcajadas al contar. Se regocijaba con la muerte en forma numérica.

Pero la pregunta clave es: ¿cómo se les ocurrió esto? ¿Acaso no se dieron cuenta de lo chunga que era la pronunciación “shi”? Porque hay que ser gilipollas para llamar a un número igual que a la muerte. Imaginaos que en español contáramos “uno”, “dos”, “tres”, “muerte”, “cinco”, “seis”...

Según arduas investigaciones, hace un puñado de siglos se reunieron los miembros del Consejo de Lingüistas Japoneses (CLJ), que eran tantos como los dedos de dos manos (recordad que aún no había nombre para el 10). La conversación se desarrolló más o menos así:

LINGÜISTA 1: Oídme, gente. ¿Qué os parece si les damos nombres a los números?
LINGÜISTA 3: Buena idea. Está lloviendo y no me apetece salir.
LINGÜISTA 1: Somos tantos como los dedos de dos manos. Por orden, vamos a ir llamándolos como queramos. Empiezo yo. “Uno”.
LINGÜISTA 2: Mmm... Un momento que lo piense... ¡“Dos”!
LINGÜISTA 3: “Tres”
LINGÜISTA 4: “Muerte"

Silencio general.

LINGÜISTA 1:
Coño, Satoshi, no jodas. ¿Cómo le vas a llamar “muerte” a un número?

LINGÜISTA 4: ¡Eh! Dijiste que los llamáramos como quisiéramos.
LINGÜISTA 1: Ya, pero... Piensa en las consecuencias. Los niños se volverán psicópatas asesinos cuando tengan que recitar la tabla de multiplicar del... del... “muerte”.
LINGÜISTA 4: Le den a los niños y a las multiplicaciones. Tengo tanto derecho como vosotros a bautizar un número. O lo aceptáis, o planteo una enmienda a los estatutos del Consejo y estamos discutiendo hasta mañana.
LINGÜISTA 7: ¡No, que esta noche he quedado con una maciza de 17 años!
LINGÜISTA 6: ¡Y yo tengo partido de furbito!
LINGÜISTA 4: Po vosotros veréis.
LINGÜISTA 1 (con expresión resignada): Vaaaale. Aceptamos “muerte”. Sigamos.
LINGÜISTA 5: Estooo... ¿“cinco”?
Etcétera.

Luego, con el tiempo, algunas gentes empezaron a llamarlo “yon” en un intento de evitar la fatídica pronunciación “shi”. Pero no es fácil hacer desaparecer las palabras, y a día de hoy el cuatro se pronuncia “shi”, “yon” o “yotsu”, según el uso que le demos.

Así que ya lo sabéis. Que no os pase como a aquella pareja de novios ante el altar:

SACERDOTE: ¿Prometéis amaros y respetaros en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad, hasta que los cuatro os separen?
NOVIO: ¿Los cuatro? ¿Qué cuatro? ¡¡¡No me digas que tienes cuatro amantes!!!
NOVIA: Pi... Pichurrín... Yo... No entiendo cómo este señor se ha enterado...
NOVIO (sacando una katana): ¡Peaso sorra concupiscente! ¡Te daré cuatro aquí mismo!

¡Zas! ¡Raja! ¡Tajo! Sangre. Dolor.

NOVIA: ¡No! ¡No! ¡Al menos dime qué significa “concupiscente” antes de matarm...! ¡Agggggh!

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domingo, septiembre 24, 2006

Qué nos motiva

Otro Yo: Oye, Don.

Yo: Ahora estoy meditando sobre las implicaciones morales de la Teoría de las Supercuerdas. ¿No puedes darme la lata más tarde?

Otro Yo: No. Soy tu Otro Yo, tu parte razonable. Y es mi deber alertarte cuando hay algún problema en tu forma de proceder.

Yo: Creía que eso era tarea de mi Conciencia.

Otro Yo: Le hacías tan poco caso que se murió de ostracismo.

Yo: Algún día aprenderé a hacer lo mismo contigo. Te lo juro.

Otro Yo: Entre tanto, ¿qué pasa con esos artículos sobre la basura? Todavía no has terminado la serie.

Yo: Errr... Ya... Me queda el último.

Otro Yo: ¿Y a qué estás esperando? Los lectores ya habrán perdido el hilo.

Yo: ¿Olvidar mis posts anteriores? Eso es IMPOSIBLE. Uso en mis artículos una estructura subliminal que los hace inolvidables.

Otro Yo: Quizás también los olviden subliminalmente.

Yo: En cualquier caso, pronto saldrá. Es que no he tenido tiempo de editar unas fotos fun-da-men-ta-les.

Otro Yo: Pero has tenido tiempo de escribir chorradas sobre el japonés y los kanjis y esas cosas.

Yo: Qué mal tiempo hace hoy, ¿verdad?

Otro Yo: No ganas nada intentando desviar la conversación.

Yo: Como no gano nada es escuchándote. Con lo tranquilo que estaba yo pensando en las repercusiones morales de la Teoría de...

Otro Yo: Bueno. Ahora te sientes un poco más presionado e intranquilo. Ya he hecho mi trabajo por hoy.

Yo: No lo entiendo. ¿Por qué una parte de mí mismo tiene que hacerme sentir mal conmigo mismo? ¡Es absurdo!

Otro Yo: Ya lo dijo aquel psicólogo: el autosabotaje es la principal causa de la miseria humana. Si te consuela, es algo bastante común.

Yo: También el resfriado es bastante común y no me consuela nada cuando pillo uno.

Otro Yo: Haces que me avergüence de ser el Otro Yo de un Yo como tú.

Yo: Mmm... Esto que has dicho suena a algo profundo. Meditaré sobre ello cuando termine de meditar sobre las implicaciones morales de la Teoría de las Supercuerdas. Y luego, enseguida me pongo con la basura.

Otro yo: En el tiempo que has tardado en escribir esto, podrías haber terminado el artículo.

Yo: Pero da más gustito escaquearse que cumplir con el deber. (Esta es la frase, amigos lectores: todo lo que hay que saber sobre el comportamiento humano, en 9 palabras)

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miércoles, septiembre 20, 2006

Más señales (editado)

He aquí otra señal imaginativa encontrada hace unos días:


Sugerencias de significados:

a) Peligro, miembro descomunal.
b) Zona para esperar a tu pareja que se retrasa más de una hora (pose recomendada).
c) Tengo un gran pirulo colorado que supura un goterón igual de rojo.

Como siempre, la solución, dentro de unos días en este mismo post.


. . .

Bueno, pues aquí va la imagen sin pixelar:


Estaba pegada en la ventanilla de un tren, para que la gente no se siente ahí toa espatarrá, ocupando dos o tres sitios.
De paso, comentar que este consejo es poco seguido por lo general, pese a la fama de educados que tienen los japoneses (ya sabes eso de "cría fama y siéntate como te dé la gana en el tren").

En los comentarios tenéis algunas otras interpretaciones que pueden ser hasta más lógicas ;)

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domingo, septiembre 17, 2006

Aprender japonés: El kanji

El japonés tiene tres sistemas de escritura: un silabario llamado hiragana, otro silabario llamado katakana, y los caracteres chinos llamados kanji. Además, usan también las letras de nuestro alfabeto. Son unos agoniosos.
De todo esto, lo más difícil de aprender es el kanji. Oficialmente hay unos 2000, en la vida diaria se usan unos 3000 y, como haber, hay sopocientos mil. Además, cada uno se pronuncia de dos o más maneras diferentes y... total, un cachondeo.
Ahora bien: más de cien millones de japoneses los utilizan, así que imposible, imposible no es. Pero cualquier extranjero que haya aprendido o esté aprendiendo japonés pondría esto en duda.
¿Por qué entonces uno se mete a estudiar semejantes barullo?

Es que los libros de texto nos engañan.
Veamos cómo.

Primero empiezan por los números. Este es el kanji de “uno”:
Una rayita. Bastante razonable e intuitivo.

Este es el de “dos”:
¿Dos rayitas? Mmmm... Está empezando a aparecer un patrón. Mira que si el kanji de “tres “ fuera...

¡Lo es! ¡Esto está chupado! A este ritmo, será un palizón escribir el 12.548 a base de rayitas. Pero difícil, lo que se dice difícil no es. Entonces, con toda confianza, el de “cuatro”...

¿Ein? ¿Qué ha pasado aquí? No me digas que...

Vaya. Se fastidió el invento. Desde luego, esto de los kanjis tiene truco...

Pero bueno. A fin de cuentas, los números son abstracciones, constructos mentales.
A ver qué pasa con las cosas concretas.

En principio, los kanjis son pictogramas que representan algún objeto real, y que con el tiempo han ido estilizándose. Algo así como los geroglíficos egipcios.

Los libros de texto suelen presentarnos un puñado de kanjis y el pictograma del que proceden. Con ello nos quieren hacer creer que los kanjis son simples dibujitos. Por ejemplo:

Bueno, con más o menos imaginación, la cosa es razonable. ¿Exagerarán los que dicen que el kanji es tan difícil? Parece que basta con tener un poco de capacidad de abstracción para representar...

Ottia. Eeeehhh... Vaya nariz. Sí, ya... Momentito que piens...

(@_@)! Más que un mono, esto lo ha creado un tío que estaba con el mono...

Y si empezamos con palabras más abstractas como adjetivos o verbos, pare usted de contar.
Total, que sí. Que los kanjis son un invento del Diablo (y por eso Dios lo condenó a vivir en el INFIENNO). Y no sólo eso...
Si aceptamos que algunos kanjis son bastante representativos, como este:
Kanji de “boca”. Evidentemente, representa el agujero de una boca.

Entonces no quiero ni pensar en este otro:
Kanji de “mujer”. Evidentemente, representa el... errr...

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viernes, septiembre 15, 2006

Aprender japonés

El japonés no es un idioma fácil (¿alguno lo es?). Después de años de batallar con él, aún siento que sólo lo estoy arañando en la superficie. En cambio, él me tiene completamente lleno de contusiones.


No obstante, en este tiempo uno aprende cosas. Las suficientes como para considerar arbitraria y unilateralmente que podría dar algunas orientaciones sobre esta lengua o, simplemente, comentar algunas cosas curiosas sobre ella.
Y como casualmente da la casualidad de que tengo este blog, me planteé... ¿Y si lo aprovecho para compartir mis (des)conocimientos idiomáticos?

Pero entonces surgió la siguiente conversación con mi Otro Yo (la parte razonable de mi conciencia):

Yo: Voy a hacer posts educativos que difundan esta bella lengua allende los mares y las montañas.
Otro Yo: Ya hay sitios en Internet que tratan sobre ese tema.
Yo: Pero no lo hacen tan bien como podría hacerlo yo (alarde de inmodestia)
Otro Yo: ¿Pondrás al menos links a esos otros sitios?
Yo: Errr... No sé, me da pereza ponerme a buscarlos, pegar los links y eso...
Otro Yo: ¿Y no te va a dar más pereza redactar tú mismo lecciones de japonés?
Yo: a%ea fj8JKAsf (cegado por la súbita revelación, no acierto con las teclas)
. . .
Yo: Entonces, ¿qué hago?
Otro yo: Dedícate a lo tuyo y no te metas en camisas de once varas.
Yo: De acuerdo. Entonces, mis posts no tratarán realmente sobre el japonés, sino sobre el Lado Choricil del japonés.
Otro Yo: Tú mismo.

Así pues os digo, mis infatigables lectores: aquellos a los que os interese aprender japonés, contáis con muchos e intructivos sitios en Internet que si no fuera tan vago buscaría para vosotros. Y aquellos que no tengáis especial interés en aprenderlo, tranquilos, no tenéis nada que temer. No aprenderéis nada aquí (y si lo hacéis, no digáis que os lo he enseñado yo; he de mantener mi reputación).

Nos vemos pronto.

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lunes, septiembre 11, 2006

Señales (editado)

Una señal es un elemento gráfico que sirve para transmitir una información.
Según una clasificación que me acabo de inventar, podemos dividirlas en tres grupos:
  • Señales representativas: representan la realidad. Su significado es directamente comprensible sin necesidad de ningún conocimiento formal.
  • Señales abstractas: necesitan de un aprendizaje previo para conocer su significado. Dentro de una sociedad, son culturalmente comunes.
  • Señales mixtas: mezclan elementos de las dos anteriores..
De izquierda a derecha: señal representativa, abstracta y mixta.

En cualquier caso, el objetivo de una señal es transmitir una información de forma clara y precisa, sin ambigüedad. Puede tener algún texto para apoyarla, pero su significado debería ser evidente o, en caso contrario, no estaríamos hablando de una señal, sino de un cartel.

Están en japonés, pero incluso un labriego de Villacatetillos del Monte que se haya sacado el permiso de conducir puede comprender que significan “prohibido cruzar a peatones” y “prohibido aparcar bicicletas”.

Ahora bien, como Japón es Japón, han inventado un nuevo tipo de señales: las señales imaginativas.
Son señales más libres. Dejan espacio a la interpretación personal. En cierto sentido, son más artísticas.
Se empieza con poca cosa, echándole un poco de imaginación al asunto:

Esta señal no está en ningún código de circulación, pero no es difícil entender que en esa calle está prohibido caminar fumando (en España aún no se usa, a pesar de la ley anti-tabaco).

El problema está cuando a uno se le va la mano. Entonces podemos encontrarnos, pegada en la fachada de un edificio en pleno centro de Tokio, con cosas como esta (he pixelizado el japonés porque se supone que una señal debería ser mínimamente comprensible sólo con la imagen):

Ungawa, ungawa conga.

Y ahora pregunto, mis distinguidos lectores... ¿¿¿Qué se supone que significa esto???
Algunas sugerencias:

a) Prohibido el paso a elefantes por esta acera porque se estropea el pavimento, hombre.
b) Prohibido a los elefantes hacer levitar extraños objetos con la trompa. Eso es antinatural y antidivino.
c) Fin de la veda de cazar elefantes. Ya hay suficiente muchedumbre humana en Tokio como para que encima venga un paquidermo de estos con su tonelaje. Si ven uno, disparen a cargárselo.
d) Todas las anteriores.

. . .

La respuesta:



"Mantengamos la calle limpia. No tirar cosas al suelo."

Evidente, ¿no?

(Aclaración: La presencia del elefante no es más que un juego de palabras -malísimo- con la letra del mensaje)

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jueves, septiembre 07, 2006

Donguri en Kyoto

Cuando los padres de uno vienen a visitarlo a Tokio, no queda más remedio que llevarlos a Kyoto, una ciudad con cientos, miles o millones de templos, espacios históricos y semejante patrimonio cultural que la salvaron incluso de la bomba atómica.
Ya la visité hace tiempo, pero esta vez me he sentido más como en casa. No, más aún: como un héroe en su ciudad.
La primera vez que fui, como buen turista me fijé únicamente en cosas tan mundanas como esta:

Templo en la entrada de Kiyomizu.

Muy impresionante y tal, pero construido en honor de vete tú a saber qué y, por tanto, sin ninguna conexión directa con la propia trayectoria vital del que suscribe y, en consecuencia, intrascendente.
Pero en esta ocasión, paseando por una calle, encontré esto:

¡Ondia!

¡Un restaurante llamado Donguri! Empezó a caerme mejor esta ciudad.

Pero bueno. A fin de cuentas, se trata de un restaurante. Cosas así pueden ocurrir. Al ser mi nombre, Don Guri, un juego de palabras chorra con la palabra “donguri” (bellota), no es tan raro. Además, los restaurantes cierran, no son eternos.
Sin embargo, mientras miraba un mapa buscando una localización... ¡La encontré!

¡Reondia! (Pincha para agrandarla)

¡¡¡En Kyoto, la ciudad de las geishas por excelencia, tienen una Calle Donguri!!!
No todo el mundo tiene una calle con su nombre... o al menos, con su apodo. Normalmente, para que le den tu nombre a una calle, uno tiene que hacer un montón de cosas importantes y trabajosas y, generalmente, morirse antes.
Esto es una putada, porque después de todo el trabajo ni siquiera puedes disfrutar de ser consciente de que te han dedicado una calle.
Yo creo que esto es fuente de inquietud para muchas personas que han alcanzado cierta celebridad. Me imagino a Einstein en su lecho de muerte, pensando:

“¡Aaah! Siento que voy a diñarla. He conseguido fama mundial y un premio Nobel, pero me pregunto si alguna calle llevará alguna vez mi nombre. Qué ansiedad.”

Sin hacer ni el huevo, por puñetera casualidad, tengo una callecita en Kyoto con mi apodo. Y mi ego se siente un poquito orgulloso. No tiene de qué, por supuesto. Pero es un ego del tamaño de una bellota. Tampoco se le puede pedir mucho.

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viernes, septiembre 01, 2006

Miénteme, miénteme mucho

La gente miente donde puede, cuando puede y a quien puede.

Por ejemplo, esta mujer que le decía a otra:
- Mi hijo va a ir a Oxford con una beca de investigación por haberse graduado el primero de su promoción. Las universidades se lo rifan. Qué orgullosa estoy de él.
Y su amiga le respondía:
- Cuánto me alegro. Por cierto, te sienta fenomenal ese peinado – mientras le señalaba a una especie de estropajo que tenía sobre la cabeza.
Filtrando las mentiras de este diálogo, nos quedamos sólo con “Por cierto”.

“Y que de todo el mundo sólo a mí se me tenga que notar...”

Claro, que una mentira no siempre es una cosa mala.
Por ejemplo, el otro día tuve una conversación con una amiga japonesa.
Esta chica trabaja en una empresa americana, y muchos de sus compañeros son estadounidenses. Según me contó, a menudo le preguntan sobre temas históricos o culturales de Japón.
- ¿Cuándo fue la era de Meiji?
- ¿Bajo la dinastía de qué emperador alcanzó el mayor esplendor el arte de la aguada japonesa?
- Cuando la armada americana atacó Japón para poner fin a su período de aislamiento en 1854, ¿de qué talla era la camisa del contramaestre del buque que llegó el segundo al puerto?
Etcétera.

Supongo que todos los que hemos tenido amistades extranjeras hemos tenido la misma experiencia: sólo por haber nacido en un país, ya se piensan que en nuestro ADN está escrito todo lo que hay que saber sobre la historia y cultura de nuestro país. La verdad, por supuesto, es que lo único que sabe un español medio es que el Quijote lo escribió Cervantes y que Colón le tiró un huevo a los Reyes Católicos.

Foto de Colón encontrada con el Goog... Ottia, se me olvidó escribir el acento...

En cada país será lo mismo, y mi amiga no es una excepción. Así que estaba esforzándose por aprender un poco, leyendo algunos libros. Pero no es que le entusiasmara mucho el tema, la verdad.
Como buen Don Guri piadoso que soy, le ofrecí mi consejo:

- Mira. Si quieres quedar bien con tus compañeros, tienes dos opciones. La primera es gastar un montón de tiempo leyéndote algunos libros de historia, rezar por que se te quede algo en la memoria, y luego blasfemar contra lo más sagrado cuando te pregunten algo que no venía en los libros.
- La otra, enséñame la otra –me pidió con una mirada implorante.
- Invéntate las respuestas.

Me miró un poco asombrada, intentando decidirse sobre si le estaba tomando el pelo o me estaba revelando como el embaucador que siempre fui.

- ¿Inventarme las respuestas?
- Claro. Ese tipo de preguntas son fruto de un impulso irreflexivo. ¿Qué va a hacer con una información sobre historia o cultura antiguas? Él nunca lo comprobará y su vida nunca dependerá del dato. Probablemente lo olvidará al día siguiente. No le estás causando entonces ningún mal. Él estará satisfecho por tu inmediata respuesta, te admirará y se alegrará de tener una compañera tan inteligente. Ambos salís ganando. Y esto funciona en muuuuchos otros campos.

Lo meditó un momento.

- ¿Y si por casualidad descubriera que no le he dicho la verdad?
- Entonces, dile que te malinterpretó. Se lo tragará, ya lo verás.
- Parece una buena técnica, pero no sé...
- Tranquila. Yo mismo la he probado muchas veces. No falla jamás.
- ¿De verdad?
- Por supuesto. Nunca te mentiría.

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